martes, 27 de enero de 2009

Montar una bicicleta

Voy al garage y lo busco. Mi bici violeta está colgada en la pared con las llantas desinfladas. Despúes de quitarle el polvo y adjustar el asiento salgo del garage y lo monto. Paso por unas piedras y llego a la carretera. Quiero manejar la bici en el pavimento liso pero los carros pasan muy rápido y no tengo ganas de morirme hoy. Ya sé a donde voy. Paso el lago y llego a la colina. Empiezo a subir y tengo que empujar los pedales con más fuerza. Miro las casas gigantes y sigo subiendo. Mis piernas empiezan a temblar y mis músclos empiezan a arder pero no voy a renunciar. Sigo pedaleando. Las gotas del sudor mojan mi frente. Me paro porque ya no aguanto sentada. Ya falta poco. Al llegar a la cima siento una gran satisfacción. Sin parar para descansar doy la vuelta y empiezo a bajar. Voy aumentando velocidad hasta que sé que hay que apretar los frenos pero no le hago caso a la voz en mi cabeza. El viento en mi cara es refrescante y agita mi pelo. Estoy volando.

Chupar un carmelo

Al coger el dulce, el papel azul suena y se rompe fácilmente. Saco el pedazo de azúcar procesada y lo miro. Es redondo, liso y celeste, pero no el celeste del cielo, sino del hielo. Lo pongo en mi lengua y lo siento ligeramente con mis dientes. Es duro, pegagoso y demasiado dulce. Lo quiero masticar pero resisto. Lo sigo chupando y la capa dura del dulce se disuelve poco a poco hasta que salga un poco de líquido. Ya no puedo resistir y rompo el dulce entre mis muelas. Los trozos se pegan a mis dientes. El sabor disminuye hasta que sólo quea el recuerdo de la menta y una capa de azúcar en mis dientes.