Al coger el dulce, el papel azul suena y se rompe fácilmente. Saco el pedazo de azúcar procesada y lo miro. Es redondo, liso y celeste, pero no el celeste del cielo, sino del hielo. Lo pongo en mi lengua y lo siento ligeramente con mis dientes. Es duro, pegagoso y demasiado dulce. Lo quiero masticar pero resisto. Lo sigo chupando y la capa dura del dulce se disuelve poco a poco hasta que salga un poco de líquido. Ya no puedo resistir y rompo el dulce entre mis muelas. Los trozos se pegan a mis dientes. El sabor disminuye hasta que sólo quea el recuerdo de la menta y una capa de azúcar en mis dientes.